Arte y educación - LA OLA
Reflexiones acerca de la valoración del arte en
la educación formal.
Es un deber de los docentes reflexionar acerca de
nuestras prácticas educativas, de los contenidos
que transmitimos, del como y del para que educamos.
El arte, es considerado como disciplina menor en la
educación, la experiencia así lo demuestra: todos
sabemos que no tiene el mismo valor obtener una
baja calificación en el área matemática que en el
área de plástica, de hecho la carga horaria de clase
destinada a la enseñanza de las artes es significativamente
menor en relación con las demás.
Este enfoque educativo, merece cuanto menos una
reflexión.
Para analizar este tema es necesario realizar un un
breve recorrido histórico acerca del origen de la
escuela como institución, entiendo que no puede
descifrarse sino es a la luz de un entramado filosófico,
psicológico y sociológico de la época en la que
se analiza.
La escuela, tal como la conocemos hoy, como
espacio cerrado formal, de enseñanza masiva con
dispositivos de control y disciplinamiento,
(analizados exhaustivamente por el filósofo Michel
Foucault) nace, aproximadamente hace 130 años,
por una demanda coyuntural: la conformación de
los estados-nación y por lo tanto la necesidad de
formar al sujeto ciudadano y al sujeto productor.
La cosmovisión de la época a la que se remonta
esta inscripta dentro de una diversidad de paradigmas
tales como la filosofía positivista, de lo
medible, cuantificable, comprobable, observable,
experimentable, características que debía poseer toda aquella disciplina que pretendiese ser
considerada ciencia, aquella que no se inscribiera
dentro de estos parámetros era considerada secundaria,
menor, y en la práctica, tal fue el caso del arte,
dentro del sistema educativo formal.
Esta visión instrumental, responde lógicamente
postulados ilustrados como los de la fe ciega en la
razón y en el progreso material.
La razón era el fundamento, la base en la cual se
legitimaban socialmente los conocimientos en la
cual hacía pie la institución escuela.
La misma conserva aún un fuerte legado moderno,
ilustrado, enciclopedista, de cultura escrita gutemberiana,
la división del conocimiento por áreas, la
fuerte impronta plutoniana doxa-episteme, es
decir, forzando la síntesis, la es- cisión del alma y el
cuerpo.
En la llamada posmodernidad nos encontramos
ante un nuevo paradigma, crítico (aunque conviven
ambos, “lo viejo no terminó de morir y lo nuevo
terminó de nacer”enuncia Antonio Gramsci)
incierto, la razón como fundamento se en- cuentra
al menos cuestionada, la alianza, la ecuación
modernidad-educación se quebró, hoy la pregunta
es si acaso existe el fundamento.
Esta crisis, también representa oportunidad,
oportunidad de cambiar y de transformar las
prácticas educativas.
Asistimos a una nueva cosmovisión del mundo, a
un gran cambio que nos deja desorientados,
perplejos, llamado posmodernidad.
“Dios ha muerto” (ya la razón no es el fundamento),
“fundamento abismal”, “modernidad líquida” son,
entre otras, categorías que describen este cambio
desde la perspectiva de pensadores como Federico
Nietzsche, Martin Heidegger o Zygmunt Bauman.
Utilizando una inquietante metáfora basada en un
tópico nietzscheano: se dice que nos movieron el
piso y nos borraron el horizonte.
Ante este escenario es pertinente preguntarnos
como docentes ¿cómo y para qué educamos? ¿en
dónde estamos parados y hacia dónde vamos si el
suelo es líquido o se mueve y no vemos el horizonte?
No existen certezas ni una sola respuesta, lo que
hay son posibles propuestas.
No obstante, nuevos paradigmas resisten a la
visión ilustrada, parcial, escindida, fragmentada del
sujeto, claros ejemplos aparecen en la medicina
con el abordaje de la problemática del paciente
desde una perspectiva integral, o en educación, con
la integración de las áreas (por ej. enseñar matemática
a través de la música, de la plástica, de la
educación física, etc.)
No nos ha ido muy bien con el modelo anterior, o
¿acaso podemos llamar progreso al resultado?:
dos tercios de la población bajo la línea de pobreza,
dos guerras mundiales, el enriquecimiento de unos
pocos a costa de la exclusión de millones.
Este cambio de cosmovisión, el actual, caracterizado
por la incertidumbre, es utilizado también como
suelo fértil para sembrar el discurso hegemónico
neoliberal, (especialmente y a través de los medios
de comunicación de propiedad de grupos corporativos
que responden a los re- cetarios del FMI y el
Banco Mundial y que han prescripto por décadas
los contenidos educativos con la complicidad de
muchos de nuestros dirigentes en función de sus
intereses, por ej. Para garantizarse mano de obra
barata) utilizando términos tales como “flexibilización”,
“globalización”, que al admitir un amplio
campo se- mántico, se utilizan para confundir y así
contribuir a asegurar la continuidad del modelo.
Sabemos que estas unidades léxicas no son mas
que eufemismos para hacernos creer que esto es lo
“inevitable”, “lo nuevo”, “lo que devino” y que no
podemos hacer nada, que solo queda adaptarnos y
que la educación es la encargada de esta adaptación.
La Ola, una valiosa propuesta artística educativa.
Con acierto -en relación al análisis de que los
discursos del poder pretenden naturalizar lo que,
en realidad, es una construcción de este- la fundamentación
teórica de la obra La Ola, del artista
plástico Horacio Dowbley expresa: (…)el concepto
instalado de que nada puede cambiar de que es
muy difícil motivar a la población para que tome
conciencia, de que no miremos al de al lado, que no
nos importe mas allá de lo que pase en nuestros
pequeños mundos, de que ninguno puede cambiar
nada por lo tanto no hacemos nada.(…)
Es en este sentido que la educación debe basarse
en un modelo que recupere lo que se ha dejado en
un segundo plano, la dimensión emocional, solidaria
del ser humano, del vinculo social con el otro,
que atienda a la demanda social, no en términos de
mercado sino en términos de la imperiosa necesidad
de cuidar al otro y por lo tanto de su espacio,
del medio ambiente en el que habita.
La construcción colectiva de la obra La ola, que
perdurará en la conciencia de los que participaron
en ella expresa esta otra mirada.
El artista Horacio Dowley, nos demuestra que aún
tenemos esperanzas que podemos transformar las
despiadadas condiciones que nos impone el
sistema.
Su obra, realizada en comunidad con niños de
distintas escuelas, emplazada en el espacio
público, nos demuestra que hay otras respuestas
posibles ante lo hegemónico, que la batalla es
cultural, que aún con escasos recursos, son
posibles otras formas de intervención, de expresión,
de conocimiento del mundo.
Parafraseando al filósofo Paulo Freire, la educación
emancipadora la hacemos entre todos y tal
como lo expresa el filosófo Carlos Cullen se trata
de recuperar los saberes socialmente productivos,
políticamente emancipadores y culturalmente
inclusivos a través del diálogo simétrico intercultural,
no a través de la dominación de una cultura
sobre otra.
Otro gran pensador contemporáneo, Emmanuel
Lévinas, nos aporta el concepto de alteridad: la
idea de tener en cuenta al otro en tanto otro, y ser
responsable, responder ante su interpelación, y
para esto reconocernos y reconocerlo como vulnerable,
entender que necesitamos de los demás y
sobre todo no temer y estar dispuesto a su encuentro.
La obra La Ola es un claro ejemplo de ello.
¡Arte público!, clamaba el pintor muralista David
Alfaro Siqueiros, arte público para reconstruir el
vínculo social, es una posible propuesta, una
valiosa modalidad de encuentro intercultural.
Adriana Oubiña